lunes, 26 de febrero de 2018

Rabo de toro con cigalas

Se dice que los tópicos están para desmontarlos. No me refiero aquí en particular al tamaño del miembro viril de los hombres de color. Sobre ese tema tengo escasas referencias, ya que no me suelo relacionar con personas desnudas con estas características, porque  (lamentablemente o no) soy heterosexual y no juego en la NBA. De hecho, la única prueba que tengo se remonta a un día en una playa nudista donde, parafraseando a Quevedo, ví a un negro a un pene pegado. Comprendí entonces que para competir en el mismo mercado los blanquitos como yo debemos entrenar otros apéndices corporales.
En este artículo concretamente pretendo derribar o, al menos, sembrar dudas sobre varios tópicos ligados a la anorexia, que están muy extendidos entre las personas ajenas a este trastorno.

Las anoréxicas son chicas adolescentes.
He conocido a pacientes con trastornos de la alimentación de todas las edades, desde casi antes de la pubertad hasta mujeres que rondaban la menopausia. Y aunque es bastante común que la enfermedad brote en la adolescencia, también he conocido varios casos en los que el trastorno aparecía en la edad adulta. Uno de los que más impactó fue el de una mujer joven cuyo marido se suicidó en un accidente de coche.
Respecto al género de los pacientes anoréxicos, si como cantaba el grupo Inhumanos “las chicas no tienen pilila”, entonces es evidente (al menos para mí) que yo no soy una chica. Se habla de que la proporción entre mujeres y hombres afectados por la anorexia es de 9 a 1, aunque también he leído algún estudio en el que se reclama que la incidencia de la enfermedad entre los hombres es más alta de lo que se piensa. En las reuniones de Anoréxicos Anónimos (en realidad la asociación es ACABE, pero el nombre me quedaba más canalla) conocí a un par de chicos más. En uno de ellos, la anorexia se despertó pasada la treintena, desatada al parecer por una relación de pareja bastante tormentosa. Pero el valiente muchacho consiguió superar el trastorno tras menos de 18 meses de calvario. De hecho, yo le conocí cuando ya estaba recuperado y volvía a apuntar una barriguita cervecera propia de la edad.

Las personas anoréxicas son inteligentes.
Una de las formas de animarte de la gente del entorno que (dicho en argentino) más me hincha las pelotas es la frase “pero con lo inteligente que tú eres, ¿cómo no eres capaz de salir?” Me encanta este diagnóstico. Da por hecho que el tener un título universitario te salva de cualquier trastorno alimentario y supongo que también se hace extensible a cualquier tipo de adicción. ¿Acaso alguien conoce a un economista cocainómano? ¿O a un médico ludópata? ¿Y una política adicta al sexo? Señores siquiatras, menos Prozac y más clases en la facultad.
Atendiendo a la definición de inteligencias múltiples de Goleman, que rompe con la asociación tradicional entre inteligencia y CI, yo me autodefino como un imbécil ilustrado. Sí, tengo una licenciatura en ingeniería de telecomunicaciones, dos masters, la suficiencia investigadora...Todo ello me ha sido extremadamente útil a la hora de procurarme felicidad en mi vida. En efecto, he aplicado la ley de Ohm para relacionarme con mi familia. Para los problemas de pareja, yo empleaba el teorema de Corioli. Y en los momentos de depresión, lo mejor las funciones de Bessel...Y así hasta el infinito.
Lo que ocurre con las personas anoréxicas es que frecuentemente tienen un perfil obsesivo (como es mi caso) y tremendamente perfeccionista. Esto les lleva a volcarse en sus estudios y a esforzarse por obtener las mejores calificaciones.


A l@s anoréxicos no les gusta comer.
Emplearé aquí mi respuesta favorita: “Yo soy anoréxico, no gilipollas” ¿Se cree el lector que yo no experimento un orgasmo sensorial cuando una finísima loncha de un 5J se derrite en mi paladar? Sería capaz de inyectarme por vena una bechamel lo suficientemente ligera. Viajaría en el tiempo para poder volver a deleitarme con la tortilla de patata con jamón y queso que preparaba la señora Marisa para la barra de Bakiola. Me sacaría una licenciatura en milhojas y un master en arroz con leche.
Dese cuenta el lector de si me gusta la comida que he buceado por la red hasta encontrar un plato de mi gusto para romper tópicos: rabo de toro con cigalas.

viernes, 23 de febrero de 2018

PAN DE ESBELTA

Después de tener abandonado este blog durante varios años, hoy he vuelto a escribir. Sin vocación de continuidad, por supuesto, ya que mi doble condición de hombre e inmaduro (no me atrevo a afirmar que ambas vayan ligadas) no me permite adoptar compromiso alguno. Carpe Diem...el caso es que hoy he vuelto a adornar o manchar este lienzo (ventana de mi realidad) con las pinceladas inspiradas por una musa. Nunca había tenido necesidad de musas para fomentar mi creatividad. Ni tampoco de sustancias sicotrópicas, tan extendidas entre artistas y escritores. Sin embargo, en esta ocasión ha tenido que ser una musa la que me ha hecho pasar de ser un apósito de mi sofà a estar sentado frente a este teclado. Porque mi musa no es producto de la imaginación, sino de carne y hueso. No es Afrodita, diosa del amor, aunque tampoco podría negar su condición divina (sobre todo por su nombre), ni que haya establecido con ella una relación de amor platónico. Y me da la impresión de que es un amor bidireccional, aunque de características muy diferentes.

Yo idolatro a mi musa. Admiro su energía y vitalidad, su rectitud, inteligencia, coherencia, tenacidad...Su esfuerzo permanente por mejorar, especialmente en su trabajo, que tiene mucho que ver con su misión musiánica (esto es lo bueno de tener un blog propio, que puedes inventarte las palabras sin que te obliguen a corregirlas) de inspirar y permitir respirar. Es esa clase de amor que te hace ver incluso sus posibles defectos como virtudes, y llegar a envidiarlos. Ella es la Superwoman, la Pacha Mama, La Gran Madre. Y tal vez a esto me ha conducido mi anorexia: a despegarme de la protección de una madre (la propia) y buscar consuelo en una sustituta, una especie de madre adoptiva, que me posibilite no tener que renunciar a mi imagen y mis actitudes pueriles. A su lado, este autor se siente pequeño, desvalido, carente de gracia y talento ¿Será la primera ocasión en la que un autor tiene miedo de decepcionar a su musa?
Sin embargo, yo diría que el amor de mi musa es más bien fraternal, compasivo, al que yo le quiero ver un cierto tono budista.
Y ahora que acabo de citar el término budista, me ha venido a la cabeza una curiosidad que hoy mismo he escuchado, la de una charcutería a la que le pusieron el nombre de Dalai Lomo. Me ha parecido una genialidad y una maravillosa incoherencia sólo comparable a un amigo musulmán que regentaba otra charcutería, y que era un excelente catador y consumidor de productos ibéricos. Cuando alguien le interrogaba acerca de esta aparente contradicción, él se limitaba a esbozar una sonrisa paternalista bajo su mostacho victoriano y añadía: “Yo soy musulmán, no gilipollas"
Como iba diciendo, creo que mi musa adopta conmigo una actitud condescendiente, la cual no le impide inspirarme frases tan certeras como “si sigues así te vas a morir" o confesarme su impresión de aspecto desaliñado la primera vez que acudí a ella ¿Será también la primera vez en que un autor tenga que ir en busca de su musa para que ella le elija a él?
Y es que mi musa conoce mis más oscuros rincones (si alguien está pensando en orificios corporales, va muy desencaminado). Me refiero a aquellos donde se guardan todos mis secretos, obsesiones, perversiones, mis instintos más primitivos. Allá donde parece ser que la anorexia ha encontrado un loft para llevar una vida cómoda. El Núcleo Accumbens. Os juro que este punto existe. No es algo inventado para hacerme el interesante, como aquella vez que pretendí ser un francés que necesitaba la traducción de un amigo para intentar ligar. Estrategia que, por cierto, fue un rotundo fracaso, como todas las que adoptamos en esa búsqueda infructuosa de amor con fecha de caducidad.
Ahora se da la paradoja de que la musa tiene que escribir sobre el autor. Se ve obligada a desvelar e interpretar parte de estos secretos. Impulsada a reescribir aquella famosa obra de Crónica de una muerte anunciada o, al menos, redactar un nuevo prólogo y confiar en que esta vez la historia tenga un final feliz. En esta novela, el autor no tiene potestad ni voluntad para corregir a la musa. Básicamente está conforme con la trama que ella le ha confesado, pero no se encuentra en la situación de asegurarle ese feliz desenlace que ambos desearían. Porque el autor es tan cobarde que no se quiere responsabilizar de su propia obra. Da la impresión de que se ha mudado al loft por su comodidad y porque se ahorra el alquiler que exige todos los meses la edad adulta. Y se niega a salir, aún a riesgo de que pronto todo el edificio se venga abajo.
Por cierto, para l@s avispad@s lector@s que hayan pensado que he cometido un error ortográfico en el título de este artículo, puedo contactar con mi musa para que les inspire.