viernes, 23 de febrero de 2018

PAN DE ESBELTA

Después de tener abandonado este blog durante varios años, hoy he vuelto a escribir. Sin vocación de continuidad, por supuesto, ya que mi doble condición de hombre e inmaduro (no me atrevo a afirmar que ambas vayan ligadas) no me permite adoptar compromiso alguno. Carpe Diem...el caso es que hoy he vuelto a adornar o manchar este lienzo (ventana de mi realidad) con las pinceladas inspiradas por una musa. Nunca había tenido necesidad de musas para fomentar mi creatividad. Ni tampoco de sustancias sicotrópicas, tan extendidas entre artistas y escritores. Sin embargo, en esta ocasión ha tenido que ser una musa la que me ha hecho pasar de ser un apósito de mi sofà a estar sentado frente a este teclado. Porque mi musa no es producto de la imaginación, sino de carne y hueso. No es Afrodita, diosa del amor, aunque tampoco podría negar su condición divina (sobre todo por su nombre), ni que haya establecido con ella una relación de amor platónico. Y me da la impresión de que es un amor bidireccional, aunque de características muy diferentes.

Yo idolatro a mi musa. Admiro su energía y vitalidad, su rectitud, inteligencia, coherencia, tenacidad...Su esfuerzo permanente por mejorar, especialmente en su trabajo, que tiene mucho que ver con su misión musiánica (esto es lo bueno de tener un blog propio, que puedes inventarte las palabras sin que te obliguen a corregirlas) de inspirar y permitir respirar. Es esa clase de amor que te hace ver incluso sus posibles defectos como virtudes, y llegar a envidiarlos. Ella es la Superwoman, la Pacha Mama, La Gran Madre. Y tal vez a esto me ha conducido mi anorexia: a despegarme de la protección de una madre (la propia) y buscar consuelo en una sustituta, una especie de madre adoptiva, que me posibilite no tener que renunciar a mi imagen y mis actitudes pueriles. A su lado, este autor se siente pequeño, desvalido, carente de gracia y talento ¿Será la primera ocasión en la que un autor tiene miedo de decepcionar a su musa?
Sin embargo, yo diría que el amor de mi musa es más bien fraternal, compasivo, al que yo le quiero ver un cierto tono budista.
Y ahora que acabo de citar el término budista, me ha venido a la cabeza una curiosidad que hoy mismo he escuchado, la de una charcutería a la que le pusieron el nombre de Dalai Lomo. Me ha parecido una genialidad y una maravillosa incoherencia sólo comparable a un amigo musulmán que regentaba otra charcutería, y que era un excelente catador y consumidor de productos ibéricos. Cuando alguien le interrogaba acerca de esta aparente contradicción, él se limitaba a esbozar una sonrisa paternalista bajo su mostacho victoriano y añadía: “Yo soy musulmán, no gilipollas"
Como iba diciendo, creo que mi musa adopta conmigo una actitud condescendiente, la cual no le impide inspirarme frases tan certeras como “si sigues así te vas a morir" o confesarme su impresión de aspecto desaliñado la primera vez que acudí a ella ¿Será también la primera vez en que un autor tenga que ir en busca de su musa para que ella le elija a él?
Y es que mi musa conoce mis más oscuros rincones (si alguien está pensando en orificios corporales, va muy desencaminado). Me refiero a aquellos donde se guardan todos mis secretos, obsesiones, perversiones, mis instintos más primitivos. Allá donde parece ser que la anorexia ha encontrado un loft para llevar una vida cómoda. El Núcleo Accumbens. Os juro que este punto existe. No es algo inventado para hacerme el interesante, como aquella vez que pretendí ser un francés que necesitaba la traducción de un amigo para intentar ligar. Estrategia que, por cierto, fue un rotundo fracaso, como todas las que adoptamos en esa búsqueda infructuosa de amor con fecha de caducidad.
Ahora se da la paradoja de que la musa tiene que escribir sobre el autor. Se ve obligada a desvelar e interpretar parte de estos secretos. Impulsada a reescribir aquella famosa obra de Crónica de una muerte anunciada o, al menos, redactar un nuevo prólogo y confiar en que esta vez la historia tenga un final feliz. En esta novela, el autor no tiene potestad ni voluntad para corregir a la musa. Básicamente está conforme con la trama que ella le ha confesado, pero no se encuentra en la situación de asegurarle ese feliz desenlace que ambos desearían. Porque el autor es tan cobarde que no se quiere responsabilizar de su propia obra. Da la impresión de que se ha mudado al loft por su comodidad y porque se ahorra el alquiler que exige todos los meses la edad adulta. Y se niega a salir, aún a riesgo de que pronto todo el edificio se venga abajo.
Por cierto, para l@s avispad@s lector@s que hayan pensado que he cometido un error ortográfico en el título de este artículo, puedo contactar con mi musa para que les inspire.

No hay comentarios:

Publicar un comentario