jueves, 6 de agosto de 2015

Sal de frutas

Cuentan que una mañana Don Cosme, un viejecito algo duro de oído y malas pulgas, acudió a la consulta de su médico de cabecera visiblemente enfadado y le espetó en su cara: "¡Vaya mierda de doctor que es usted! La receta que dió no me ha servido de nada. He visitado todos los prostíbulos del pueblo y no se me ha quitado el dolor de estómago".El galeno, resignado, le respondió dulcemente: "Le dije sal de frutas, Don Cosme, SAL DE FRUTAS!!!".

Yo no he probado en mis carnes la receta de Don Cosme para curar la anorexia, a pesar de que en varios de los posts anteriores he abogado por el amor como una de las principales medicinas para recuperarse de este trastorno. Pero no me refería precisamente al amor de pago, aunque tal vez funcione, no lo sé. Tal vez debería probarlo. Desde el punto de vista económico, no creo que las visitas a profesionales del amor fueran mucho más caras que las visitas a profesionales de la salud mental.

A través de la asociación ACABE, he conocido a varias personas que han conseguido recuperarse de la anorexia. Además, también he leído otros testimonios de gente que lo ha logrado. Todas ellas cuentan con mi admiración y mi envidia. Han recorrido distintos caminos, todos ellos duros y complicados, pero al final han alcanzado un estado en el que encuentran cierta comodidad. Aunque tal vez no se pueda clasificar de cura completa, han logrado poner coto a la obsesión que les ha perseguido durante tanto tiempo.

Como ya he apuntado, han empleado distintas herramientas en su recuperación. Evidentemente, todo proceso de rehabilitación parte de la base de la motivación. Pero no creo que el voluntarismo por sí mismo, ese "yo me curo por mis santos cojones/ovarios", pueda resolver el problema. Me parece vital la figura de un terapeuta. En mi opinión, el terapeuta no tiene necesariamente que ser un profesional de la salud mental. Es aquellafiguraque nos acompaña durante algún tramo o todo este camino y nos guía, propiciando cambios sicológicos o de comportamiento. Es un guardián que tiene una de las llaves (o el manojo entero) para abrir cada una de las puertas que se va encontrando el paciente y que le conducen al exterior de la cárcel en la que ha estado encerrado. Cada una de las llaves toma la forma de la cerradura en la que encaja y puede materializarse como palabras, gotas de homeopatía, masajes, ejercicios corporales y/o de respiración, etc.

A lo largo de mi camino de vuelta he conocido a distintos terapeutas, profesionales en ámbitos tan diversos como la siquiatría, la sicología, el balance polar electromagnético, las constelaciones familiares, la homeopatía...Como ya comenté en mi post Cigarrillos de chocolate no he sido un paciente ejemplar. Me han faltado confianza y paciencia.

Ayer tuve una sesión improvisada. La terapeuta fue mi hermana Alazne, una persona a la que admiro, quiero y respeto por partes iguales, aunque no necesariamente por este orden. No me atrevo a contar su historia en este blog, porque creo que eso debería hacerlo ella y merecería un blog aparte. Sólo os diré que Alazne comprende muy bien el proceso por el que estoy pasando y me conoce mejor que yo a mí mismo. Me atrevería a decir que somos dos almas gemelas. Sólo que ella tiene un sentido de la moral mucho más refinado que el mío. Somos como el angelito y el diablillo de un mismo personaje. Ella el Dr. Jekyll y yo Mr. Hyde.

La herramienta terapeútica que utiliza mi hermana conmigo es la bofetada zen. La bofetada zen la defino como una frase o argumentación que en cualquier momento le resulta obvia al paciente, pero que dicha por la persona, en el tono y momento adecuados, generan en él una pequeña o grande revolución. La bofetada zen no hace vibrar tus mejillas, sino que impacta directamente en tus hemisferios cerebrales. Y ayer mi hermana me dió dos.

La primera cuando le comenté que mi hermano mayor y mi cuñada me habían invitado a pasar unos días de asueto en un apartamento de la playa en Huelva. Yo trataba de justificar mis dudas, argumentando que estaba a gusto en el pueblo, disfrutando de la piscina...pero ella no me dejó terminar. En un tono académico tradujo mi frase sin necesidad de echar un vistazo al diccionario anoréxico/resto del mundo "ya...lo que te molesta es que vas a perder el control sobre las comidas, y que tú no puedes decidir cuando comer fuera ni qué comer. Que te vas a enfrentar a la vida a la que nos enfrentamos el resto de los mortales. Pero así es la vida chico si te quieres recuperar". Gancho al  hemisferio derecho. Media hora más tarde tenía en mi mano el billete de autobús para el fin de semana. Un discurso parecido me lo había soltado 24 horas antes Angel, el siquiatra de la unidad TCA de Galdakao. ¿Por qué su certera argumentación no fue una bofetada zen? ¿Cuestión de tono, de momento o de confianza?

Pero la segunda sacudida aún fue más violenta. Alazne me confesó que suele leer mi blog y que el otro día quiso escribir un comentario a cuenta de mi artículo La recena. Pero que se quedó en el camino. Por eso me transmitió su comentario de viva voz:

¡Qué bien escribes! Bueno, como todo lo que haces, ¿no?. Pero, ¿quién es ese Gari que habla? Es un tío que ocupó la casa de Iskandar hace casi treinta años y que le echó a patadas. Para todos los que te queremos es un extraño. Yo no conozco a ese Gari, ni siquiera a Iski. Yo quiero que vuelva Iskandar, ese hermano que me explicaba los ejercicios de matemáticas mejor que mi profesor . Ese tío brillante, alegre, que era el alma de la fiesta y un desastre en los trabajos de plástica y pretecnología, imperfecciones que formaban una parte de su encanto. Y echamos de menos sus mejillas rollizas y sudadas y el brillo en su mirada. Han pasado casi treinta años y seguimos esperando a que vuelvas a casa, tires la puerta abajo y le devuelvas a ese tal Gari la patada y lo desahucies de una vez por todas. Y vas a cumplir 44 años...

Ójala este año yo sea el protagonista del anuncio de turrones "El Almendro" y vuelva a casa por Navidad. Se que os haría más felices que el calvo de la lotería.

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