martes, 28 de julio de 2015

Huevos al colchón

Este no es el título de la última película de Nacho Vidal. No porque éste no sea un blog de sexo, que lo es, sino porque aquí no se hace publicidad de individuos con un tamaño de pene inferior al del autor. A cuenta de esta boutade, me ha venido a la cabeza una frase que me dijo una vez una compañera de sexo que tuve (cuyo nombre no citaré, para que no tenga que pasar la verguenza de que los demás sepan que se acostaba con un tipo como yo). Bueno, el caso es que estando piel con piel me susurró al oído: "Iski, ¡qué flaco estás!" Y añadió para mi escarnio "Mi amiga x tiene una política clara respecto al sexo con tíos flacos. Nunca se folla a los que pesan menos que ella" En este sentido, los anoréxicos jugamos con ventaja.

Centrándome en el asunto, huevos al colchón es el nombre de un plato que yo sólo le visto cocinar a mi ama. Consiste básicamente en un huevo escaldado que se recubre con bechamel, harina y pan rallado y se fríe como si fuera una croqueta. Ella lo aprendió de niña mientras trabajaba como críada en casa de una marquesa de Neguri. Nos lo preparaba en contadas ocasiones, coincidiendo con algún evento especial, sobre todo si coincidía con una visita de mi prima Nerea, que se pirraba por el invento de mi ama. La forma tradicional de comerlo es empezar con la costra crujiente de los alrededores, como si fuera una simple croqueta. Después se destapa el huevo, ingiriendo la parte superior de la corteza, y se accede al tesoro escondido: un precioso huevo listo para untar. A mí el plato me ha marcado tanto que incluso le dediqué un relato al mismo, que obtuvo el primer premio en un pequeño certamen literario y que, por supuesto, dediqué a mi ama.



Ya he citado en alguno de mis anteriores artículos que la anorexia es un problema complejo y que no suele obedecer a una única causa. Yo empecé con 15 años. Recuerdo que fue un mes de junio. Entonces era un adolescente regordete que quería empezar a gustar a las chicas (¡Inocente de mí!) Tengo en mente que fue un verano muy conflictivo donde, ante mi negativa a comer, las relaciones con mi ama, que lo intentaba de todas las maneras (por las buenas y por las malas) para que así lo hicera, se resintieron enormemente. Las discusiones y peleas estaban a la orden del día. Pero la anorexia no hizo más que sacar a la luz lo que ya de por sí era una relación conflictiva.

Mi ama es una auténtica superviviente. No lo digo sólo porque sea una mujer a punto de cumplir 79 años que tiene que afrontar la última etapa de su vida desde una silla de ruedas por culpa de un maldito accidente de tráfico. A lo largo de su vida ha tenido que afrontar más de una tragedia que a muchos de nosotros nos hubieran quitado las ganas de vivir para siempre. Y ella lo ha hecho desde una fortaleza y una entereza digna de admiración por propios y extraños.

Como buen hijo que se precie, me considero un desgradecido que nunca será capaz de valorar lo suficiente todo el esfuerzo que sus progenitores hicieron por él. Además, todo hijo modelo busca a través de sus actos el amor de sus padres. Yo no podía ser menos y, por fidelidad a ellos, he desarrollado aquellos rasgos de su personalidad  que más criticaba y, desafortunadamente, no he sabido/querido heredar sus más grandes virtudes.

Por ejemplo, mi ama es una persona muy exigente. Si le invitas a comer a tu casa es muy probable que nada más cruzar el umbral de la vivienda te diga "esas cortinas están mal colgadas". Como buen hijo, yo he heredado fielmente esta exigencia, para mí mismo y para con los demás, e incluso creo que la he aumentado. Me considero un insatisfecho nato. Ahora bien, la capacidad de sacrificio de mi ama, su enorme sentido de la ética, su generosidad, ese corazón que no le cabe en un puño...todo eso se me ha quedado por el camino.

Desde un punto de vista sicológico, es asumido que la madre representa el alimento. En el caso de mi ama con doble motivo, ya que ella se dedicó durante toda su vida a cocinar en el restaurante de la familia. En mi casa, como en muchas otras, la expresión abierta de los sentimientos nunca ha estado bien vista. En el tiempo de mis padres no había cursillos del tipo "Descubriendo tus emociones" (aún así no creo que ellos se hubieran apuntado). Así que las muestras de afecto públicas nos han generado una cierta urticaria. Por eso yo integré desde pequeño que la manera más adecuada de decir a mi ama "te quiero" era con frases del tipo "ama, ¡qué ricos están los pimientos rellenos" La cara de satisfacción de la cocinera era síntoma de que uno había acertado.

Por eso he llegado a interpretar mi negativa a comer como una manera de rechazar el amor de mi madre. Una manera de hacerle ver en mi adolescencia que ya no necesitaba de ella, que yo no era ella y de asentar mi personalidad. Para mí engordar significa plegarme a sus deseos y me crea una sensación de derrota. Es una batalla similar a la que establezco con ella cuando jugamos a la escoba (y cuando pierdo me sigo picando como un niño de cinco años). De manera paradójica, inconscientemente asumo también que al mantenerme extremadamente delgado le hago estar pendiente de mí y me aseguro que no se aleje. Nuestra relación toma los tintes más oscuros de esos matrimonios mal avenidos con más de treinta años de convivencia. A pesar de que somos personas incompatibles, es una relación del tipo ni contigo-ni sin tí. Ella consigue sacar lo peor de mí y yo saco lo peor de ella. Y, más allá de toda mi crueldad, ella me sigue amando incondicionalmente.

Repito que esta explicación tiene poco de científico y supone simplificar en extremo un trastorno complejo y que obedece a múltiples causas. Pero es patente que supone una espina que yo tengo particularmente clavada y que todavía me hace sangrar. No tengo claro si la manera de curar esta herida es un buen tratamiento sicológico o apuntarme a Masterchef.

2 comentarios:

  1. Llevo muchos días con ganas de participar en este blog, pero me ha costado reunir el valor necesario. Habla de una realidad áspera, ingobernable, y afecta a un amigo de la infancia con un intelecto y una sensibilidad extraordinarias. Entonces ¿qué puedo aportar yo? ¿Cómo ayudar si ni siquiera estoy seguro de entender el problema?
    Como siempre, la respuesta vino mientras caminaba. No es un blog donde el autor demande ayuda. Muy al contrario, es él quien nos la está prestando a nosotros, posiblemente sin saberlo. Porque todos tenemos pequeños o grandes trastornos, eso es lo que nos hace humanos. Algunos, simplemente, logramos ocultarlos mejor que otros.
    No dejes de escribir, flaco. Al hacerlo estás alimentando tu alma y las nuestras.

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  2. Joder Txaber! Agradezco tus sinceras palabras y tus ánimos y no te quepa duda de que tus comentarios me ayudan a mí y a tod@s. Creo que el hecho de mostrarnos tal y como somos, desnudos o tal y como nos vemos, contribuye a derribar muchas corazas, que en lugar de protegernos nos aprisionan. Me jode tu sensibilidad, porque si además de ser un tipo ocurrente, gracioso, alto y con varios dedos de frente, nos descubres ahora tu lado más humano, ya no me dejas argumentos para meterme contigo. Menos mal que eres tan feo como yo, que si no me daban unas ganas de pegarte una patada en semejantes partes. Nik ere maite zaitut!

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