domingo, 12 de julio de 2015

Tallarines marineros

Es época de rebajas y ayer decidí hacer un nuevo intento por comprarme algo de ropa. Ya hice mi primera excursión la semana pasada, pero volví con las manos vacías. A diferencia de la mayoría de los hombres, a mí no me molesta ir de tiendas. Al contrario, me gusta ver los distintos productos, comparar y pasear de un comercio a otro. El problema es que soy una persona muy indecisa, que tiene poca confianza en su gusto para elegir moda y que siempre intento encontrar la opción económicamente más rentable. Tengo una cabeza cuadrada y la pregunta clave que me planteo es: ¿en cuánto se valora el gusto de una persona?. Es decir, si frente a tí hay dos pantalones que te te gustan, uno un poco más que otro, y uno vale 20 y el otro 30 euros, ¿cuál comprar? ¿Y si la diferencia fuera de 20 euros en lugar de 10? ¿En cuánto se valora ese "me gusta un poco más"?.

El otro problema con el que he de lidiar es el de las tallas. En cuestión de pantalones, las tallas de hombres (incluso lás más pequeñas) me quedan como un saco de patatas. Así que habitualmente tengo que recurrir a la ropa para niñ@s. Ayer me compré un pantalón de chandal de una talla 16 (que me marcaban un "culito de pollo") y un pantalón corto de monte talla 14. ¿He escrito problema? Bueno, en realidad, es una mezcla de vergüenza y satisfacción. Vergüenza porque te conduce a darte cuenta de que no tienes el cuerpo normal de una persona adulta y satisfacción por el mismo motivo. Te ofrece seguridad, que aunque en un momento pierdas el control y engordes, aunque eso nunca vaya a ocurrir, todavía te queda un amplio margen.


El probarme ropa frente al espejo me enfrenta a una imagen adolescente, al complejo de Peter Pan que subyace detrás del trastorno. Porque la anorexia también se trata de querer huir de las responsabilidades de la persona adulta, de querer permanecer anclado por siempre en una eterna adolescencia. Parece que un cuerpo pusilánime es la disculpa perfecta para argumentar que la vida es una pesada losa que uno es incapaz de soportar sobre sus hombros. El eje de tu existencia se centra en mantener el peso y el resto de las cuestiones (trabajo, ocio, familia...) pasan a un segundo plano. Yo no acepto mi cuerpo de adulto tal y como debiera ser en la misma medida que no acepto el no poder controlar mi vida. Me resisto a admitir que muchos factores de la vida se escapan a nuestro control. Estoy permanentemente remando contracorriente, lo cual resulta muy cansado y frustrante a la vez. A medida que pasa el tiempo y la tormenta no amaina, tengo la sensación de que el barco se hunde un poco más. Y lo peor es que no se si podré encontrar un flotador de mi talla.

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