sábado, 11 de julio de 2015

Jamón, croquetas y pulpo

No es el título de una zarzuela. Es el suculento menú del aperitivo que preparó la familia de mi amiga Leire para después de su enlace civil. Y es que Leire decidió casarse un caluroso día de julio porque antes no había tenido tiempo para ello. Ella y su pareja, Mikel, habían estado muy ocupados fabricando y criando dos preciosos niños y una niña, y se les hizo tarde para firmar unos papeles.

Acudí a la ceremonia en el ayuntamiento de Arrigorriaga invitado por mi amigo Iñaki, hermano de Leire, uno de esos tipos especiales que toda persona se encuentra en la vida. Fue un acto sencillo y emotivo, en la que yo era el único invitado que no era miembro de las dos familias.

Tras la ceremonia y las fotos de rigor y previo a la comida, acompañé a los invitados a una taberna cercana, donde yo pensé que simplemente ibamos a tomar algo. Sin embargo, la familia había preparado un pequeño ágape (jamón, croquetas y pulpo), todo ello bien regado con vino tinto y blanco (que para los amantes del ciclismo y de los caldos diré que llevaba el nombre de un ciclista vasco que está disputando el Tour del 2015).

Como efecto colateral de la anorexia, suele aparecer, en la mayor parte de los casos, un aislamiento social. Por una parte, la persona que sufre el trastorno deja de acudir a toda clase de eventos que incluyan algo de comida y, por otra parte, está la falta de seguridad o la baja autoestima que presenta el afectado, que también es una de las causas probables de la aparición del trastorno. En mi caso, en los últimos tiempos esta fobia social se ha agravado. Siento cierta incomodidad en las reuniones sociales, tanto mayor cuanto más gente se junta y, especialmente, cuando la mayor parte de las personas presentes son desconocidas para mí.

En la taberna me sentía desubicado. Aunque conozco a casi todos los miembros de la familia de Iñaki y Leire, hacía mucho tiempo que no los veía. No sabía muy bien como relacionarme, qué conversaciones abordar y como moverme entre los invitados.

La dificultad del reto se agravaba con la presencia de la comida y, más aún, si aparece de una forma no planificada. Creí tener un breve instante de lucidez y dejarme seducir por la apetitosa pinta de aquellos entrantes. Por un momento, me sentí una persona normal y quise acercarme a los platos de comida y llenar mi copa de algo de vino tinto. Pero los destellos de cordura en una mente ajetreada y trastornada como la mía son efímeros. Rápidamente se impuso la irracional lógica de la anorexia, que habla alto y claro (y, sobre todo, permanentemente). "Ni se te ocurra".

En realidad, detrás de esta negativa, no hay un largo proceso de deliberación, sino que es un mecanismo automático que l@s afecta@s de anorexia tenemos perfectamente integrado.

En primer lugar está el miedo a perder el control: picar una croqueta y algo de pulpo puede implicar volver a repetir ese gesto una y otra vez. ¿Dónde y cuándo parar? Son como las burbujas del champán dentro de una botella agitada. Se ha estado reprimiendo el impulso durante tanto tiempo que el darle rienda suelta genera el peligro de desborde.

Además, el hacer excepciones en la rutina alimenticia, obliga a realizar cambios para cuadrar la ingesta de calorías. Una de los mandamientos irrenunciables de esta religión es la ley de la compensación. Todo caloría que entra debe de salir. Yo, durante muchos años, he utilizado el ejercicio físico intenso para cumplir esta regla. Esto me permitía hacer "excesos" y mantener un peso que se aproximaba a lo normal. Sin embargo, en los últimos años, mi estrategia ha variado hacia una alimentación "más sana", que incluye productos prohibidos o que se consumen en muy contadas ocasiones, naturalmente los más calóricos. El haber consumido unas cuantas croquetas, algo de pulpo y un par de vinos, hubiera implicado la necesidad de saltarse la comida del mediodía y, probablemente, una cena muy frugal. O, tal vez, algo de bicicleta estática antes de volver a la rutina alimenticia habitual.

Si no se respeta la ley de la compensación, la penitencia es una voz permanente que te recuerda que te has saltado la norma y que no te deja tranquilo hasta que te sometes a sus deseos. El haber sucumbido a tus instintos genera una sensación de debilidad y un posterior sentimiento de culpabilidad, como si hubieras atracado una farmacia (bueno, en realidad, nunca he atracado una, así que no se cómo me sentiría).

En resumen, coma la croqueta o no, la interacción social pasa a un segundo plano. Yo tenía la cabeza centrada en mis dudas alimenticias y eso resta capacidad para centrarse en la conversación.

Y no hablo ya de la incómoda mecánica de gestos para rechazar amablemente la comida cuanto pasan los platos por delante tuyo y la necesidad de tener que disimular que uno participa como un invitado más sosteniendo una copa llena de agua. En mi caso, el tener confesada la enfermedad a la gente que me rodea, me quita presión, ya que la mayoría de las personas, aunque no son capaces de entenderla, respeta tus "rarezas". Los tragos amargos son más fáciles de digerir cuando uno encuentra la comprensión y el respeto de la gente que le rodea. Por suerte, todo esto es abundante en la familia de Iñaki y Leire.

Zorionak Leire eta Mikel! Urte askotarako! (¡Felicidades a Leire y Mikel! ¡Por muchos años!).

No hay comentarios:

Publicar un comentario