martes, 14 de julio de 2015

Desayuno con calmantes

Esta mañana he cometido una imprudencia: me he pesado. La báscula para un anoréxico es algo similar a esa pareja que maltrata sicológicamente. Tienes miedo de enfrentarte a ella pero a la vez ejerce una atracción magnética que no puedes resistir. Tu autoestima está pendiente de lo que ella diga sobre tí. Es como el presidente del tribunal en unas oposiciones: con un simple pulgar hacia abajo puede echar por tierra todo el duro esfuerzo que has llevado a cabo en los meses previos y hundirte en la más profunda miseria.
Por el contrario, si te indica que has mantenido el peso o incluso lo has reducido, refuerza tu sensación de poder. Te da a entender que tú, y sólo tú, tienes el control sobre tu peso (tu vida). Es una sensación de triunfo e incluso de cierta euforia. We are the champions, my friend....


Esta mañana esa cabrona me ha mostrado que he engordado. Me ha pillado de sorpresa, porque en estos días de vacaciones he continuado con mi rutina alimentaria. E incluso podría decir que, como tengo más tiempo libre, he alargado los paseos matinales, con lo que la noticia me ha pillado literalmente desnudo. Porque el acto de subirse a la balanza es una eucaristía, un ritual sagrado en el que uno no se puede permitir ni un gramo de más, ni siquiera el del calzoncillo.

Sólo a través de palabras se me hace muy difícil transmitir la frustración que en mí genera esta subida de peso. Como soy de ciencias, lo comparo con la sensación de que has estado haciendo un problema matemático, planteas las ecuaciones con lógica, te ajustas a las normas para la resolución del problema, con sumo cuidado para no dejar ni una variable suelta ni perder ningún decimal, y resulta que las soluciones no se ajustan a la realidad. ¿Qué coño ha pasado? ¿Dónde leches me he equivocado? Mentalmente vuelves a repasar todo el desarrollo del ejercicio, de arriba abajo, hasta convertirse en una obsesión. De aquí en adelante toda tu mente sólo puede estar centrada en buscar el error para intentar corregirlo.

Mi mente ya se ha puesto a trabajar para localizar el paso en falso. Intenta construir causas lógicas: será por la relajación de las vacaciones, en la que uno no está sometido al estrés del trabajo (que consume mucho). Sin embargo, parecen excusas ficiticias que no me llegan a convencer al 100%.

¿Dónde está el error de haberse pesado? Aparece el miedo. Aunque uno toma la determinación de no variar la rutina alimenticia, sabe que inconscientemente le va a afectar, que aún voy a ser más celoso a la hora de meterme un alimento a la boca. La lógica de un anoréxico hace ver el peso como una progresión geométrica, donde la razón multiplica el término anterior para obtener el término siguiente, o sea, que la subida de peso va a continuar así todo el verano y va a ser imparable. Se te ha ido de las manos.

Esto te demuestra que la guerra contra la báscula, el ansia por mantener un infrapeso, está destinada a la derrota a largo plazo. Es imposible de ganar si uno quiere mantener una vida "normal". Pero, aún así, uno se resiste hasta la extenuación y, en ocasiones, decide morir con las botas puestas. Porque, para muchas guerreras y guerreros, la muerte es una victoria.

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