sábado, 25 de julio de 2015

Cigarrillos de chocolate

Mi amiga Ainhoa me sugería a través de un comentario de Facebook que tal vez fuera una buena idea que una persona que padece de anorexia como yo hiciera su aportación al nuevo proyecto de ley sobre adicciones que ha redactado el Gobierno Vasco. No se si Ainhoa se ha dado cuenta que el documento que recoje dicho proyecto consta de 92 páginas y resultaría paradójico tener que consumir alguna sustancia para poder leerlo entero. Pero es verdad que el texto ha despertado mi curiosidad. Reconozco que sólo he paseado mi vista por algunas partes del mismo y, en una primera impresión, no me parece que los autores del mismo tuvieran en mente la anorexia al redactarlo.

Evidentemente yo no soy un experto, pero me parece lógico separar los conceptos de adicción y trastorno mental, aunque puedan compartir causas y consecuencias. La definición que da la RAE de la adicción es el hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos. El citado proyecto de ley va más allá de los dos caballos de batalla tradicionales que son las drogas (haciendo especial hincapié en el alcohol y el tabaco) y el juego, e incluye también las redes sociales, las tecnologías digitales y las nuevas aplicaciones para ellas diseñadas, los teléfonos móviles, los videojuegos, etc...


Lo que si me parece interesante comentar es la experiencia que yo he tenido y tengo con la asistencia sanitaria y sociosanitaria que recibimos las personas que padecemos anorexia y/u otros trastornos alimenticios. Reconozco que no soy un ciudadano ejemplar y que acudí al servicio de salud público con mucho retraso. De hecho, no fue hasta hace dos años cuando pedí cita con mi médico de cabecera para que me derivara a la unidad de Trastornos Alimenticios (TA) del hospital de Galdakao.

La unidad la dirige un siquiatra (Angel, del que ya os he hablado en el post Revuelto de genes) con una experiencia de más de veinte años en este tipo de trastornos. Pero Angel, además, también trata a otro tipo de pacientes afectados de diversos trastornos mentales. Yo acudí a él en una situación límite, de la que yo no era totalmente consciente. De hecho, nada más iniciar nuestra conversación, su primera pregunta me dejó descolocado "¿Has pensado en ingresarte?" Y a mi se me debió quedar una cara como a aquel progenitor al que le dicen que va a tener quintillizos. Luego añadió "Si fueras una chica de 16 años ya estarías dentro, pero como eres mayor de edad el ingreso es voluntario". Otra de las perlas que me regaló Angel (al que desde aquí le agradezco toda su atención, cariño y ayuda) es "Mira, en la anorexia no hay ninguna píldora mágica. Si no todo sería más fácil. Si tu has decidido que te quieres morir, te mueres y no hay nada que los demás podamos hacer" Mi interés morboso me llevó a preguntarle "¿Cuántos TA has tratado y cuántas muertes has visto?""Unos 10.000 y cuatro fallecimientos"

Más adelante, ya más relajado y viendo que mi voluntad estaba tan minada que no iba a poder salir del agujero negro sólo por mí mismo, si que valoré la posibilidad de ingresar en la unidad de siquiatría del hospital. El problema, aparte del miedo del paciente al que le van a obligar a comer y a engordar, es que no se trata de una unidad específica para afectados por TA. Es una unidad siquiátrica genérica, donde se juntan tanto personas adictas a diversas sustancias, como pacientes que padecen trastornos mentales tipo esquizofrenia o los que sufrimos de TA. En nuestro caso, se trata de una medida de emergencia, un medio para detener el deterioro (especialmente físico) que sufre nuestro cuerpo y llevarnos a un peso fuera del límite de riesgo. Luego el paciente vuelve a su casa, a su zona de confort, y sólo se lleva un control de su evolución por medio de visitas periódicas. Es decir, no hay una terapia sicológica propiamente dicha que ayude en la recuperación definitiva (aunque el término recuperación requiere de un profundo debate en sí mismo). Osakidetza entiende, con buen o mal criterio, que este tipo de atenciones pertenecen al ámbito un sistema de salud privado. O sea, que la administración te ayuda a salvarte de morir de inanición. La felicidad te la buscas tú a base de billetes. No me entendaís mal, no es una ácida crítica. No estoy seguro de que el sistema público pudiera soportar toda la cantidad de trastornados mentales que andamos sueltos.

En mi caso también recurrí a la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia de Euskadi (ACABE). Dicha organización ofrece grupos de apoyo a sus asociad@s, tanto para l@s afectad@s como las familias, así como una bolsa de sicólog@s a un precio algo más reducido al usual del mercado. Yo acudí durante un año al grupo de apoyo para adultos y fue muy reconfortante por un tiempo. Compartí vivencias, preocupaciones y todo tipo de emociones con otr@s anoréxic@s y bulímic@s e incluso esperanzadores testimonios de gente que ya se había recuperado. Durante unos meses, fue una balsa a la que me agarré y que me salvó de no morir ahogado. Pero está claro que, al menos para mí, exclusivamente el grupo de apoyo no me iba a ayudar a superar definitivamente el trastorno. Pero agradezco a ACABE, y a toda la maravillosa gente que allí conocí, la labor que realizan y todo el cariño y comprensión que me dedicaron.

Creo que en otro post os debo hablar de las diversas terapias que he probado para intentar dejar atrás la anorexia. Aunque he de reconocer que cada vez que me presento al terapeuta me defino como un mal paciente, porque carezco de las dos principales virtudes que debe de presentar un paciente que se quiere recuperar, a saber, paciencia y confianza (en la terapia, en el terapeuta y, sobre todo, en mí).

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