lunes, 26 de febrero de 2018

Rabo de toro con cigalas

Se dice que los tópicos están para desmontarlos. No me refiero aquí en particular al tamaño del miembro viril de los hombres de color. Sobre ese tema tengo escasas referencias, ya que no me suelo relacionar con personas desnudas con estas características, porque  (lamentablemente o no) soy heterosexual y no juego en la NBA. De hecho, la única prueba que tengo se remonta a un día en una playa nudista donde, parafraseando a Quevedo, ví a un negro a un pene pegado. Comprendí entonces que para competir en el mismo mercado los blanquitos como yo debemos entrenar otros apéndices corporales.
En este artículo concretamente pretendo derribar o, al menos, sembrar dudas sobre varios tópicos ligados a la anorexia, que están muy extendidos entre las personas ajenas a este trastorno.

Las anoréxicas son chicas adolescentes.
He conocido a pacientes con trastornos de la alimentación de todas las edades, desde casi antes de la pubertad hasta mujeres que rondaban la menopausia. Y aunque es bastante común que la enfermedad brote en la adolescencia, también he conocido varios casos en los que el trastorno aparecía en la edad adulta. Uno de los que más impactó fue el de una mujer joven cuyo marido se suicidó en un accidente de coche.
Respecto al género de los pacientes anoréxicos, si como cantaba el grupo Inhumanos “las chicas no tienen pilila”, entonces es evidente (al menos para mí) que yo no soy una chica. Se habla de que la proporción entre mujeres y hombres afectados por la anorexia es de 9 a 1, aunque también he leído algún estudio en el que se reclama que la incidencia de la enfermedad entre los hombres es más alta de lo que se piensa. En las reuniones de Anoréxicos Anónimos (en realidad la asociación es ACABE, pero el nombre me quedaba más canalla) conocí a un par de chicos más. En uno de ellos, la anorexia se despertó pasada la treintena, desatada al parecer por una relación de pareja bastante tormentosa. Pero el valiente muchacho consiguió superar el trastorno tras menos de 18 meses de calvario. De hecho, yo le conocí cuando ya estaba recuperado y volvía a apuntar una barriguita cervecera propia de la edad.

Las personas anoréxicas son inteligentes.
Una de las formas de animarte de la gente del entorno que (dicho en argentino) más me hincha las pelotas es la frase “pero con lo inteligente que tú eres, ¿cómo no eres capaz de salir?” Me encanta este diagnóstico. Da por hecho que el tener un título universitario te salva de cualquier trastorno alimentario y supongo que también se hace extensible a cualquier tipo de adicción. ¿Acaso alguien conoce a un economista cocainómano? ¿O a un médico ludópata? ¿Y una política adicta al sexo? Señores siquiatras, menos Prozac y más clases en la facultad.
Atendiendo a la definición de inteligencias múltiples de Goleman, que rompe con la asociación tradicional entre inteligencia y CI, yo me autodefino como un imbécil ilustrado. Sí, tengo una licenciatura en ingeniería de telecomunicaciones, dos masters, la suficiencia investigadora...Todo ello me ha sido extremadamente útil a la hora de procurarme felicidad en mi vida. En efecto, he aplicado la ley de Ohm para relacionarme con mi familia. Para los problemas de pareja, yo empleaba el teorema de Corioli. Y en los momentos de depresión, lo mejor las funciones de Bessel...Y así hasta el infinito.
Lo que ocurre con las personas anoréxicas es que frecuentemente tienen un perfil obsesivo (como es mi caso) y tremendamente perfeccionista. Esto les lleva a volcarse en sus estudios y a esforzarse por obtener las mejores calificaciones.


A l@s anoréxicos no les gusta comer.
Emplearé aquí mi respuesta favorita: “Yo soy anoréxico, no gilipollas” ¿Se cree el lector que yo no experimento un orgasmo sensorial cuando una finísima loncha de un 5J se derrite en mi paladar? Sería capaz de inyectarme por vena una bechamel lo suficientemente ligera. Viajaría en el tiempo para poder volver a deleitarme con la tortilla de patata con jamón y queso que preparaba la señora Marisa para la barra de Bakiola. Me sacaría una licenciatura en milhojas y un master en arroz con leche.
Dese cuenta el lector de si me gusta la comida que he buceado por la red hasta encontrar un plato de mi gusto para romper tópicos: rabo de toro con cigalas.

viernes, 23 de febrero de 2018

PAN DE ESBELTA

Después de tener abandonado este blog durante varios años, hoy he vuelto a escribir. Sin vocación de continuidad, por supuesto, ya que mi doble condición de hombre e inmaduro (no me atrevo a afirmar que ambas vayan ligadas) no me permite adoptar compromiso alguno. Carpe Diem...el caso es que hoy he vuelto a adornar o manchar este lienzo (ventana de mi realidad) con las pinceladas inspiradas por una musa. Nunca había tenido necesidad de musas para fomentar mi creatividad. Ni tampoco de sustancias sicotrópicas, tan extendidas entre artistas y escritores. Sin embargo, en esta ocasión ha tenido que ser una musa la que me ha hecho pasar de ser un apósito de mi sofà a estar sentado frente a este teclado. Porque mi musa no es producto de la imaginación, sino de carne y hueso. No es Afrodita, diosa del amor, aunque tampoco podría negar su condición divina (sobre todo por su nombre), ni que haya establecido con ella una relación de amor platónico. Y me da la impresión de que es un amor bidireccional, aunque de características muy diferentes.

Yo idolatro a mi musa. Admiro su energía y vitalidad, su rectitud, inteligencia, coherencia, tenacidad...Su esfuerzo permanente por mejorar, especialmente en su trabajo, que tiene mucho que ver con su misión musiánica (esto es lo bueno de tener un blog propio, que puedes inventarte las palabras sin que te obliguen a corregirlas) de inspirar y permitir respirar. Es esa clase de amor que te hace ver incluso sus posibles defectos como virtudes, y llegar a envidiarlos. Ella es la Superwoman, la Pacha Mama, La Gran Madre. Y tal vez a esto me ha conducido mi anorexia: a despegarme de la protección de una madre (la propia) y buscar consuelo en una sustituta, una especie de madre adoptiva, que me posibilite no tener que renunciar a mi imagen y mis actitudes pueriles. A su lado, este autor se siente pequeño, desvalido, carente de gracia y talento ¿Será la primera ocasión en la que un autor tiene miedo de decepcionar a su musa?
Sin embargo, yo diría que el amor de mi musa es más bien fraternal, compasivo, al que yo le quiero ver un cierto tono budista.
Y ahora que acabo de citar el término budista, me ha venido a la cabeza una curiosidad que hoy mismo he escuchado, la de una charcutería a la que le pusieron el nombre de Dalai Lomo. Me ha parecido una genialidad y una maravillosa incoherencia sólo comparable a un amigo musulmán que regentaba otra charcutería, y que era un excelente catador y consumidor de productos ibéricos. Cuando alguien le interrogaba acerca de esta aparente contradicción, él se limitaba a esbozar una sonrisa paternalista bajo su mostacho victoriano y añadía: “Yo soy musulmán, no gilipollas"
Como iba diciendo, creo que mi musa adopta conmigo una actitud condescendiente, la cual no le impide inspirarme frases tan certeras como “si sigues así te vas a morir" o confesarme su impresión de aspecto desaliñado la primera vez que acudí a ella ¿Será también la primera vez en que un autor tenga que ir en busca de su musa para que ella le elija a él?
Y es que mi musa conoce mis más oscuros rincones (si alguien está pensando en orificios corporales, va muy desencaminado). Me refiero a aquellos donde se guardan todos mis secretos, obsesiones, perversiones, mis instintos más primitivos. Allá donde parece ser que la anorexia ha encontrado un loft para llevar una vida cómoda. El Núcleo Accumbens. Os juro que este punto existe. No es algo inventado para hacerme el interesante, como aquella vez que pretendí ser un francés que necesitaba la traducción de un amigo para intentar ligar. Estrategia que, por cierto, fue un rotundo fracaso, como todas las que adoptamos en esa búsqueda infructuosa de amor con fecha de caducidad.
Ahora se da la paradoja de que la musa tiene que escribir sobre el autor. Se ve obligada a desvelar e interpretar parte de estos secretos. Impulsada a reescribir aquella famosa obra de Crónica de una muerte anunciada o, al menos, redactar un nuevo prólogo y confiar en que esta vez la historia tenga un final feliz. En esta novela, el autor no tiene potestad ni voluntad para corregir a la musa. Básicamente está conforme con la trama que ella le ha confesado, pero no se encuentra en la situación de asegurarle ese feliz desenlace que ambos desearían. Porque el autor es tan cobarde que no se quiere responsabilizar de su propia obra. Da la impresión de que se ha mudado al loft por su comodidad y porque se ahorra el alquiler que exige todos los meses la edad adulta. Y se niega a salir, aún a riesgo de que pronto todo el edificio se venga abajo.
Por cierto, para l@s avispad@s lector@s que hayan pensado que he cometido un error ortográfico en el título de este artículo, puedo contactar con mi musa para que les inspire.

viernes, 21 de agosto de 2015

Yemas de Santa Teresa

El miércoles pasé la tarde con mi madrina Crucita. No hubo palabras. Tan sólo caricias, besos y miradas, unas veces vacías y otras cargadas de sentimientos diversos: amor, tristeza, incomprensión, dudas...Mi madrina es mi segunda madre, esa persona que me cuidó de bebé cuando mis padres trabajaban desde la mañana a la noche. Es aquella mujer que me pudrió la dentadura con amor cuando, contra toda tendencia pedagógica de hoy en día, acallaba mis llantos con chupetes rebozados en azúcar. Gracias a Dios no tenía a mano un brick de Don Simón. Si no, probablemente hubiera acabado siendo un alcohólico precoz.

Crucita sufrió un ictus severo el mes de mayo, que se añadió al alzeheimer incipiente que ya empezaba a asomar. Como consecuencia de ello, perdió totalmente el habla y la movilidad en casi todo el cuerpo, salvo el brazo derecho. No supe nada hasta la semana pasada cuando le llamé para felicitarle por su octogésimo primer cumpleaños. Otra etiqueta más para mi póster: mal ahijado.

La primera mirada que me dirigió fue como la de mis alumn@s cuando les escribo en la pizarra la interpretación geométrica de la derivada. Creo que si Crucita hubiera sido yankee y hubiera tenido 60 ó 70 años menos hubiera soltado un "what the fuck!". Mis primeros besos en sus mejillas fueron como los de los judíos en el muro de las lamentaciones, cargados de simbolismo pero plantados sobre una piedra. Sin embargo, poco a poco y con la ayuda de su hijo Jesús Mari, que le recordaba una y otra vez que había venido a visitarle Iskandar, y las anécdotas de la infancia que yo le relataba (como aquel chocolate de Elgorriaga que escondía debajo del armario), algo se despertó en esa inescrutable mente. A veces quise ver en ella sonrisas cómplices, de esas que te echaban en cara "¡qué trasto eras, jodido!" y miradas de impotencia por no poder expresar en palabras todo el amor que siente por mí. Esto último no es mérito mío, porque Crucita es el amor hecho carne. Es de aquellas personas que se ha creído a pies juntillas el mensaje de salvación cristiana a través del sacrificio por los demás. Vamos, imaginaros a Santa Teresa en los siglos XX y XXI, pero sin ser anoréxica (que dicen que lo era, aunque también corren rumores de que su misticismo y sus visiones tenían el mismo origen que el de Sid Vicious).


La visita también revolvió en mi interior ese sentimiento tan cristiano de la culpabilidad. Me sentí egoista, un niño temeroso y encerrado en problemas superfluos como el de la anorexia. Esta es una de las grandes trampas de esta enfermedad y de otros muchos trastornos mentales y/o adicciones. Porque no hay ninguna barrera física que me impida mandarlo todo al carajo y comerme una napolitana de chocolate en la pastelería de la esquina, ni tomarme tres cervezas con mi hermano en el chiringuito de la playa. Lo mismo que el alcohólico, uno piensa que es el culpable de no evolucionar, de no hacer lo suficiente para salir de esta cueva. Hay momentos en los que llego a pensar que el voluntarismo debiera bastar para romper estas cadenas y vivir una vida "normal". Es como el principio de la navaja de Ockham: en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta. "Coño, ¿qué eres anoréxico?¿qué problema hay? Pues come" o "deja de picarte si eres yonki" o "sal de tu puta casa si eres agorafóbico". Lamentablemente el voluntarismo, al menos a mí, no me ha dado resultado hasta ahora y no creo que lo haga a no ser que lo complemente con una terapia adecuada.

Cuando puse por última vez mi dedo índice en la palma de la mano derecha de Crucita,  ella lo apretó con fuerza por unos instantes. No quiso retenerme a su lado más de lo necesario, sino transmitirme el valor y tesón necesarios para seguir adelante, por encima de culpabidades y remordimientos.

domingo, 16 de agosto de 2015

Pescaito frito

Comentaba mi cuñada Itziar en uno de los apacibles desayunos en la terraza del apartamento de Islantilla que había leído que, de media, una persona engorda unos 3 kg. en vacaciones. Si esta estadística es cierta, algún espabilao se ha tomado las cañas, coquinas y navajas que habían sacado en el chiringuito para mí. Porque yo en una semana de relax he adelgazado un kilo. Para aquell@s que tengan la tentación de sentir envidia, les ruego que no se precipiten y lean el artículo hasta el final.


¿He escrito relax? Pues he mentido como un bellaco. Porque para un anoréxico como yo escapar de la rutina es del todo menos relajante. Te obliga a estar en guardia permanente. Más aún cuando has de integrarte en un grupo y has de aceptar sus costumbres y nuevos horarios y pautas de alimentación. Para mí pasar una semana de vacaciones junto a mi hermano mayor y su familia resulta un ejercicio terapeútico.

Mi hermano Fara es un tipo simple y esta simplicidad es la causa de mi admiración y devoción por él. Quiero decir que no es un persona dada a grandes planteamientos teóricos, sino que tiene un sentido práctico de la vida. En sus dos semanas de vacaciones con la familia una norma prevalece por encima de todas: no hay horarios. Que hay hambre, se come. Que hay sueño, se duerme. Que hay sed, caña en el chiringuito. No hay que complicarse la vida más de lo necesario. Alguien podrá pensar que mi hermano Fara es un tipo bastante normal. Correcto. Pero esta normalidad es tan ajena a mi forma de proceder que buscarla en mí me genera la misma expectación que encontrar el punto G en la anatomía femenina. Tengo grandes dudas de que exista. La normalidad en mí, quiero decir. De lo otro ni puñetera idea.

El cambio de hábitos alimenticios te obliga a tomar nuevas referencias. La táctica habitual, al menos en mi caso, es fijarse en lo que comen los demás e ingerir un poquito menos. Aparte de renunciar a los aperitivos de entre horas, algo que ya tienes perfectamente integrado durante el resto del año. Te vuelves más desconfiado y, en consecuencia, más restrictivo.

Como los bombardeos de Bush en Irak, este comportamiento suele acarrear daños colaterales. Por ejemplo, a mí en cuanto viajo se me cierra el culo. No en sentido sexual, sino que hacer las maletas me estriñe. De hecho, he pasado varios días con retortijones de estómago por culpa de los gases. Hasta cierto punto, creo que este estreñimiento es la somatozación de mi miedo a perder el control de la alimentación. Además, me proporciona la excusa perfecta para saltarme alguna comida o prepararme el almuerzo solo en la casa mientras el resto de la familia acude al coqueto restaurante del puerto.

Tanto mi hermano como mi cuñada me tratan siempre con gran indulgencia y respetan mis peculiaridades y manías con gran paciencia. Yo creo que se hacen a la idea de que pasan una semana de vacaciones con tres niños,o sea, mis dos sobrinos y yo. Puede que el amor sea una divisa tan fuerte como el dólar y no esté tan sujeta como el yuan chino a las políticas de mercado. Pero siento que con mi actitud egoísta estoy agotando poco a poco el crédito de la gente que me quiere.

A pesar del miedo, los retortijones y el dolor de espalda y las rozaduras en el cóxis que me he traído del parque acuático, ha sido una semana especial. Sinceramente, tengo una familia que no me merezco, que me da mucho más amor del que yo le puedo devolver. Espero hacerlo algún día en forma de cañas en el chiringuito.

jueves, 6 de agosto de 2015

Sal de frutas

Cuentan que una mañana Don Cosme, un viejecito algo duro de oído y malas pulgas, acudió a la consulta de su médico de cabecera visiblemente enfadado y le espetó en su cara: "¡Vaya mierda de doctor que es usted! La receta que dió no me ha servido de nada. He visitado todos los prostíbulos del pueblo y no se me ha quitado el dolor de estómago".El galeno, resignado, le respondió dulcemente: "Le dije sal de frutas, Don Cosme, SAL DE FRUTAS!!!".

Yo no he probado en mis carnes la receta de Don Cosme para curar la anorexia, a pesar de que en varios de los posts anteriores he abogado por el amor como una de las principales medicinas para recuperarse de este trastorno. Pero no me refería precisamente al amor de pago, aunque tal vez funcione, no lo sé. Tal vez debería probarlo. Desde el punto de vista económico, no creo que las visitas a profesionales del amor fueran mucho más caras que las visitas a profesionales de la salud mental.

A través de la asociación ACABE, he conocido a varias personas que han conseguido recuperarse de la anorexia. Además, también he leído otros testimonios de gente que lo ha logrado. Todas ellas cuentan con mi admiración y mi envidia. Han recorrido distintos caminos, todos ellos duros y complicados, pero al final han alcanzado un estado en el que encuentran cierta comodidad. Aunque tal vez no se pueda clasificar de cura completa, han logrado poner coto a la obsesión que les ha perseguido durante tanto tiempo.

Como ya he apuntado, han empleado distintas herramientas en su recuperación. Evidentemente, todo proceso de rehabilitación parte de la base de la motivación. Pero no creo que el voluntarismo por sí mismo, ese "yo me curo por mis santos cojones/ovarios", pueda resolver el problema. Me parece vital la figura de un terapeuta. En mi opinión, el terapeuta no tiene necesariamente que ser un profesional de la salud mental. Es aquellafiguraque nos acompaña durante algún tramo o todo este camino y nos guía, propiciando cambios sicológicos o de comportamiento. Es un guardián que tiene una de las llaves (o el manojo entero) para abrir cada una de las puertas que se va encontrando el paciente y que le conducen al exterior de la cárcel en la que ha estado encerrado. Cada una de las llaves toma la forma de la cerradura en la que encaja y puede materializarse como palabras, gotas de homeopatía, masajes, ejercicios corporales y/o de respiración, etc.

A lo largo de mi camino de vuelta he conocido a distintos terapeutas, profesionales en ámbitos tan diversos como la siquiatría, la sicología, el balance polar electromagnético, las constelaciones familiares, la homeopatía...Como ya comenté en mi post Cigarrillos de chocolate no he sido un paciente ejemplar. Me han faltado confianza y paciencia.

Ayer tuve una sesión improvisada. La terapeuta fue mi hermana Alazne, una persona a la que admiro, quiero y respeto por partes iguales, aunque no necesariamente por este orden. No me atrevo a contar su historia en este blog, porque creo que eso debería hacerlo ella y merecería un blog aparte. Sólo os diré que Alazne comprende muy bien el proceso por el que estoy pasando y me conoce mejor que yo a mí mismo. Me atrevería a decir que somos dos almas gemelas. Sólo que ella tiene un sentido de la moral mucho más refinado que el mío. Somos como el angelito y el diablillo de un mismo personaje. Ella el Dr. Jekyll y yo Mr. Hyde.

La herramienta terapeútica que utiliza mi hermana conmigo es la bofetada zen. La bofetada zen la defino como una frase o argumentación que en cualquier momento le resulta obvia al paciente, pero que dicha por la persona, en el tono y momento adecuados, generan en él una pequeña o grande revolución. La bofetada zen no hace vibrar tus mejillas, sino que impacta directamente en tus hemisferios cerebrales. Y ayer mi hermana me dió dos.

La primera cuando le comenté que mi hermano mayor y mi cuñada me habían invitado a pasar unos días de asueto en un apartamento de la playa en Huelva. Yo trataba de justificar mis dudas, argumentando que estaba a gusto en el pueblo, disfrutando de la piscina...pero ella no me dejó terminar. En un tono académico tradujo mi frase sin necesidad de echar un vistazo al diccionario anoréxico/resto del mundo "ya...lo que te molesta es que vas a perder el control sobre las comidas, y que tú no puedes decidir cuando comer fuera ni qué comer. Que te vas a enfrentar a la vida a la que nos enfrentamos el resto de los mortales. Pero así es la vida chico si te quieres recuperar". Gancho al  hemisferio derecho. Media hora más tarde tenía en mi mano el billete de autobús para el fin de semana. Un discurso parecido me lo había soltado 24 horas antes Angel, el siquiatra de la unidad TCA de Galdakao. ¿Por qué su certera argumentación no fue una bofetada zen? ¿Cuestión de tono, de momento o de confianza?

Pero la segunda sacudida aún fue más violenta. Alazne me confesó que suele leer mi blog y que el otro día quiso escribir un comentario a cuenta de mi artículo La recena. Pero que se quedó en el camino. Por eso me transmitió su comentario de viva voz:

¡Qué bien escribes! Bueno, como todo lo que haces, ¿no?. Pero, ¿quién es ese Gari que habla? Es un tío que ocupó la casa de Iskandar hace casi treinta años y que le echó a patadas. Para todos los que te queremos es un extraño. Yo no conozco a ese Gari, ni siquiera a Iski. Yo quiero que vuelva Iskandar, ese hermano que me explicaba los ejercicios de matemáticas mejor que mi profesor . Ese tío brillante, alegre, que era el alma de la fiesta y un desastre en los trabajos de plástica y pretecnología, imperfecciones que formaban una parte de su encanto. Y echamos de menos sus mejillas rollizas y sudadas y el brillo en su mirada. Han pasado casi treinta años y seguimos esperando a que vuelvas a casa, tires la puerta abajo y le devuelvas a ese tal Gari la patada y lo desahucies de una vez por todas. Y vas a cumplir 44 años...

Ójala este año yo sea el protagonista del anuncio de turrones "El Almendro" y vuelva a casa por Navidad. Se que os haría más felices que el calvo de la lotería.

martes, 28 de julio de 2015

Huevos al colchón

Este no es el título de la última película de Nacho Vidal. No porque éste no sea un blog de sexo, que lo es, sino porque aquí no se hace publicidad de individuos con un tamaño de pene inferior al del autor. A cuenta de esta boutade, me ha venido a la cabeza una frase que me dijo una vez una compañera de sexo que tuve (cuyo nombre no citaré, para que no tenga que pasar la verguenza de que los demás sepan que se acostaba con un tipo como yo). Bueno, el caso es que estando piel con piel me susurró al oído: "Iski, ¡qué flaco estás!" Y añadió para mi escarnio "Mi amiga x tiene una política clara respecto al sexo con tíos flacos. Nunca se folla a los que pesan menos que ella" En este sentido, los anoréxicos jugamos con ventaja.

Centrándome en el asunto, huevos al colchón es el nombre de un plato que yo sólo le visto cocinar a mi ama. Consiste básicamente en un huevo escaldado que se recubre con bechamel, harina y pan rallado y se fríe como si fuera una croqueta. Ella lo aprendió de niña mientras trabajaba como críada en casa de una marquesa de Neguri. Nos lo preparaba en contadas ocasiones, coincidiendo con algún evento especial, sobre todo si coincidía con una visita de mi prima Nerea, que se pirraba por el invento de mi ama. La forma tradicional de comerlo es empezar con la costra crujiente de los alrededores, como si fuera una simple croqueta. Después se destapa el huevo, ingiriendo la parte superior de la corteza, y se accede al tesoro escondido: un precioso huevo listo para untar. A mí el plato me ha marcado tanto que incluso le dediqué un relato al mismo, que obtuvo el primer premio en un pequeño certamen literario y que, por supuesto, dediqué a mi ama.



Ya he citado en alguno de mis anteriores artículos que la anorexia es un problema complejo y que no suele obedecer a una única causa. Yo empecé con 15 años. Recuerdo que fue un mes de junio. Entonces era un adolescente regordete que quería empezar a gustar a las chicas (¡Inocente de mí!) Tengo en mente que fue un verano muy conflictivo donde, ante mi negativa a comer, las relaciones con mi ama, que lo intentaba de todas las maneras (por las buenas y por las malas) para que así lo hicera, se resintieron enormemente. Las discusiones y peleas estaban a la orden del día. Pero la anorexia no hizo más que sacar a la luz lo que ya de por sí era una relación conflictiva.

Mi ama es una auténtica superviviente. No lo digo sólo porque sea una mujer a punto de cumplir 79 años que tiene que afrontar la última etapa de su vida desde una silla de ruedas por culpa de un maldito accidente de tráfico. A lo largo de su vida ha tenido que afrontar más de una tragedia que a muchos de nosotros nos hubieran quitado las ganas de vivir para siempre. Y ella lo ha hecho desde una fortaleza y una entereza digna de admiración por propios y extraños.

Como buen hijo que se precie, me considero un desgradecido que nunca será capaz de valorar lo suficiente todo el esfuerzo que sus progenitores hicieron por él. Además, todo hijo modelo busca a través de sus actos el amor de sus padres. Yo no podía ser menos y, por fidelidad a ellos, he desarrollado aquellos rasgos de su personalidad  que más criticaba y, desafortunadamente, no he sabido/querido heredar sus más grandes virtudes.

Por ejemplo, mi ama es una persona muy exigente. Si le invitas a comer a tu casa es muy probable que nada más cruzar el umbral de la vivienda te diga "esas cortinas están mal colgadas". Como buen hijo, yo he heredado fielmente esta exigencia, para mí mismo y para con los demás, e incluso creo que la he aumentado. Me considero un insatisfecho nato. Ahora bien, la capacidad de sacrificio de mi ama, su enorme sentido de la ética, su generosidad, ese corazón que no le cabe en un puño...todo eso se me ha quedado por el camino.

Desde un punto de vista sicológico, es asumido que la madre representa el alimento. En el caso de mi ama con doble motivo, ya que ella se dedicó durante toda su vida a cocinar en el restaurante de la familia. En mi casa, como en muchas otras, la expresión abierta de los sentimientos nunca ha estado bien vista. En el tiempo de mis padres no había cursillos del tipo "Descubriendo tus emociones" (aún así no creo que ellos se hubieran apuntado). Así que las muestras de afecto públicas nos han generado una cierta urticaria. Por eso yo integré desde pequeño que la manera más adecuada de decir a mi ama "te quiero" era con frases del tipo "ama, ¡qué ricos están los pimientos rellenos" La cara de satisfacción de la cocinera era síntoma de que uno había acertado.

Por eso he llegado a interpretar mi negativa a comer como una manera de rechazar el amor de mi madre. Una manera de hacerle ver en mi adolescencia que ya no necesitaba de ella, que yo no era ella y de asentar mi personalidad. Para mí engordar significa plegarme a sus deseos y me crea una sensación de derrota. Es una batalla similar a la que establezco con ella cuando jugamos a la escoba (y cuando pierdo me sigo picando como un niño de cinco años). De manera paradójica, inconscientemente asumo también que al mantenerme extremadamente delgado le hago estar pendiente de mí y me aseguro que no se aleje. Nuestra relación toma los tintes más oscuros de esos matrimonios mal avenidos con más de treinta años de convivencia. A pesar de que somos personas incompatibles, es una relación del tipo ni contigo-ni sin tí. Ella consigue sacar lo peor de mí y yo saco lo peor de ella. Y, más allá de toda mi crueldad, ella me sigue amando incondicionalmente.

Repito que esta explicación tiene poco de científico y supone simplificar en extremo un trastorno complejo y que obedece a múltiples causas. Pero es patente que supone una espina que yo tengo particularmente clavada y que todavía me hace sangrar. No tengo claro si la manera de curar esta herida es un buen tratamiento sicológico o apuntarme a Masterchef.

sábado, 25 de julio de 2015

Cigarrillos de chocolate

Mi amiga Ainhoa me sugería a través de un comentario de Facebook que tal vez fuera una buena idea que una persona que padece de anorexia como yo hiciera su aportación al nuevo proyecto de ley sobre adicciones que ha redactado el Gobierno Vasco. No se si Ainhoa se ha dado cuenta que el documento que recoje dicho proyecto consta de 92 páginas y resultaría paradójico tener que consumir alguna sustancia para poder leerlo entero. Pero es verdad que el texto ha despertado mi curiosidad. Reconozco que sólo he paseado mi vista por algunas partes del mismo y, en una primera impresión, no me parece que los autores del mismo tuvieran en mente la anorexia al redactarlo.

Evidentemente yo no soy un experto, pero me parece lógico separar los conceptos de adicción y trastorno mental, aunque puedan compartir causas y consecuencias. La definición que da la RAE de la adicción es el hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos. El citado proyecto de ley va más allá de los dos caballos de batalla tradicionales que son las drogas (haciendo especial hincapié en el alcohol y el tabaco) y el juego, e incluye también las redes sociales, las tecnologías digitales y las nuevas aplicaciones para ellas diseñadas, los teléfonos móviles, los videojuegos, etc...


Lo que si me parece interesante comentar es la experiencia que yo he tenido y tengo con la asistencia sanitaria y sociosanitaria que recibimos las personas que padecemos anorexia y/u otros trastornos alimenticios. Reconozco que no soy un ciudadano ejemplar y que acudí al servicio de salud público con mucho retraso. De hecho, no fue hasta hace dos años cuando pedí cita con mi médico de cabecera para que me derivara a la unidad de Trastornos Alimenticios (TA) del hospital de Galdakao.

La unidad la dirige un siquiatra (Angel, del que ya os he hablado en el post Revuelto de genes) con una experiencia de más de veinte años en este tipo de trastornos. Pero Angel, además, también trata a otro tipo de pacientes afectados de diversos trastornos mentales. Yo acudí a él en una situación límite, de la que yo no era totalmente consciente. De hecho, nada más iniciar nuestra conversación, su primera pregunta me dejó descolocado "¿Has pensado en ingresarte?" Y a mi se me debió quedar una cara como a aquel progenitor al que le dicen que va a tener quintillizos. Luego añadió "Si fueras una chica de 16 años ya estarías dentro, pero como eres mayor de edad el ingreso es voluntario". Otra de las perlas que me regaló Angel (al que desde aquí le agradezco toda su atención, cariño y ayuda) es "Mira, en la anorexia no hay ninguna píldora mágica. Si no todo sería más fácil. Si tu has decidido que te quieres morir, te mueres y no hay nada que los demás podamos hacer" Mi interés morboso me llevó a preguntarle "¿Cuántos TA has tratado y cuántas muertes has visto?""Unos 10.000 y cuatro fallecimientos"

Más adelante, ya más relajado y viendo que mi voluntad estaba tan minada que no iba a poder salir del agujero negro sólo por mí mismo, si que valoré la posibilidad de ingresar en la unidad de siquiatría del hospital. El problema, aparte del miedo del paciente al que le van a obligar a comer y a engordar, es que no se trata de una unidad específica para afectados por TA. Es una unidad siquiátrica genérica, donde se juntan tanto personas adictas a diversas sustancias, como pacientes que padecen trastornos mentales tipo esquizofrenia o los que sufrimos de TA. En nuestro caso, se trata de una medida de emergencia, un medio para detener el deterioro (especialmente físico) que sufre nuestro cuerpo y llevarnos a un peso fuera del límite de riesgo. Luego el paciente vuelve a su casa, a su zona de confort, y sólo se lleva un control de su evolución por medio de visitas periódicas. Es decir, no hay una terapia sicológica propiamente dicha que ayude en la recuperación definitiva (aunque el término recuperación requiere de un profundo debate en sí mismo). Osakidetza entiende, con buen o mal criterio, que este tipo de atenciones pertenecen al ámbito un sistema de salud privado. O sea, que la administración te ayuda a salvarte de morir de inanición. La felicidad te la buscas tú a base de billetes. No me entendaís mal, no es una ácida crítica. No estoy seguro de que el sistema público pudiera soportar toda la cantidad de trastornados mentales que andamos sueltos.

En mi caso también recurrí a la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia de Euskadi (ACABE). Dicha organización ofrece grupos de apoyo a sus asociad@s, tanto para l@s afectad@s como las familias, así como una bolsa de sicólog@s a un precio algo más reducido al usual del mercado. Yo acudí durante un año al grupo de apoyo para adultos y fue muy reconfortante por un tiempo. Compartí vivencias, preocupaciones y todo tipo de emociones con otr@s anoréxic@s y bulímic@s e incluso esperanzadores testimonios de gente que ya se había recuperado. Durante unos meses, fue una balsa a la que me agarré y que me salvó de no morir ahogado. Pero está claro que, al menos para mí, exclusivamente el grupo de apoyo no me iba a ayudar a superar definitivamente el trastorno. Pero agradezco a ACABE, y a toda la maravillosa gente que allí conocí, la labor que realizan y todo el cariño y comprensión que me dedicaron.

Creo que en otro post os debo hablar de las diversas terapias que he probado para intentar dejar atrás la anorexia. Aunque he de reconocer que cada vez que me presento al terapeuta me defino como un mal paciente, porque carezco de las dos principales virtudes que debe de presentar un paciente que se quiere recuperar, a saber, paciencia y confianza (en la terapia, en el terapeuta y, sobre todo, en mí).